Va de chismorreos. Se dice de los jugadores duros y, a veces, agresivos, que mejor jugar con ellos que tener que enfrentarte a ellos. Este combate dispone de los siguientes aspirantes:
Por un lado, Kevin Garnett (33 años, 2’11m de altura, 114kgs de peso, 15º año de profesional). Excelso jugador de baloncesto con un físico privilegiado lleno de fibra, pero una cabeza y una capacidad de soportar la presión muy por debajo del nivel que exige el profesionalismo americano. Famoso durante toda su carrera NBA por su excesivo trashtalking (que se lo pregunten a José Calderón), suple cada vez más su declive baloncestístico y de aportación estadística al equipo con agresividad incontenida, codos y todo tipo de triquiñuelas. Erróneamente, disfraza su (discutible) liderazgo en Boston bajo el estigma de la veteranía, con la que se cree con permiso de hacer todo lo antes comentado.
Por el otro, Joakim Noah (25 años, 2’11m de altura, 105kgs de peso, 3º año de profesional). Bicampeón universitario con los Florida Gators, en su tercera temporada en la NBA, está destapando sus dos caras dentro de la pista: sus números, lucha y peso en el equipo aumentan al mismo ritmo que su fama de provocador y bocazas (pregunten a LeBron al respecto). Además, su agresividad y espíritu ganador suele pasarse de la línea que marca el reglamento. En su caso, erróneamente, disfraza su (cada vez mayor) liderazgo en Chicago bajo el estigma de la juventud y negativa de amedrentarse ante nada ni nadie, con la que se cree también con el mismo permiso que The Big Ticket de hacer todo lo antes comentado.
Estigmas contrarios, mismo comportamiento: atracción segura.
El pasado sábado, a falta de 40 segundos para terminar el Game 1 de la serie Boston v Miami (y con el partido ya ganado por los Celtics), Paul Pierce se duele sobre el parqué por una acción defensiva de dos contra uno de Udonis Haslem y Quentin Richardson. Incomprensiblemente, Garnett entra al trapo, desplazando de mala manera a un Richardson que simplemente se interesaba por el #34 de los Celtics. Resultado? Barullo, provocaciones, más que palabras y trifulca entre varios jugadores. Ya de espaldas, Garnett suelta un codazo en el pómulo de Richardson (que, afortunadamente, éste no devuelve) mientras huye de forma denunciablemente cobarde haciendo aspavientos como si él fuera el agredido. Los árbitros revisan la jugada in situ vía video y expulsan a Garnett. 24 horas más tarde, la Liga suspende a Garnett para el Game 2, y sanciona a Richardson con 25.000$ todavía no saben porqué. Está por ver el “bien” que la actitud de KG tiene para Miami en el segundo partido, pero seguro que en Miami ya lo esperan con los “brazos abiertos” para los partidos 3 y 4.
Qué pinta Joakim Noah en esta historia? Si reprochable es la actitud de Kevin Garnett, no menos la del hijo de Yannick. El joven franco-americano, no suficientemente metido en su eliminatoria contra los Cavs (en la que, además, van por debajo 1-0), pide vela en este entierro y declara ante los medios que no le extraña la actitud de Garnett puesto que se trata de (sic) “un jugador sucio” (dirty player). Haciendo amigos.
Cabe considerar que en inglés y, sobretodo, para los afro-americanos, el término dirty para referirse a una persona se usa en un tono muy despectivo y de superioridad, más allá de su traducción literal que aquí hacemos con “sucio”. Pero, aún sin este apunte, cómo se entiende que Noah, cuyo equipo no está envuelto en la eliminatoria Celtics v Heat, acuda al rescate mediático de no se sabe bien qué o quién, y se meta voluntariamente en un lío que ni le va ni le viene? Ansia de protagonismo del mismo rasero que el codazo de KG. En Boston y Chicago deberían tomar cartas en el asunto.
Suena la campana, final del combate. Resultado nulo.